Desde un tiempo a esta parte, el verbo “tolerar” suena muy seguido en relación al mundo gay. Luego que el tema del matrimonio homosexual se instaló en los medios de comunicación en forma casi permanente, han surgido una gran cantidad de personas que, en su buena fe, hablan de que “hay que saber tolerar las diferencias.”
No dudo de las buenas intenciones de esta gente para con la comunidad gay y lésbica, pero tal vez sea mejor que hablemos con propiedad, para dejar las cosas en claro, sobre todos a aquellos que, porque le meten los cuernos a su mujer con una travesti, creen que son heterosexuales sumamente tolerantes con los desviados sexuales que les gustan tener sexo con otros hombres.
El diccionario define “tolerar” del siguiente modo:
“Sufrir, llevar con paciencia. Permitir algo que no se tiene por lícito, sin aprobarlo expresamente.”
Desde mi humilde punto de vista, no creo que la homosexualidad deba ser “tolerada.”
Es decir: ¿Quién tiene el parámetro de la “normalidad” para definir que mi realidad y mi sexualidad no es normal, no es lícita, y que terceras personas, paradas vaya uno a saber en qué pedestal moral, deben “sufrirla” como un mal social?
Con las mejores intenciones, hay buenas personas, razonables y compresivas, que creen que los obtusos deben “tolerarnos.” No entiendo por qué.
Por lo general tolero a mi perra cuando (como hoy, hace una hora) decidió que mi jardín no es de su gusto estético y decidió redecorarlo a mordiscones. La tolero por que es un animal sin raciocinio que ha hecho algo que sólo yo considero un daño.
“Tolero” los ruidos molestos a las dos de la madrugada de mi vecino, el día que festeja su cumpleaños: El tiene derecho a festejarlo, pero sin hacer ruidos molestos en la noche; sin embargo yo “tolero que vulnere mi derecho al descanso” ya que es un día especial para él.
Mi vecino, como yo, es gay. Sin embargo yo no debo tolerar su sexualidad: DEBO RESPETARLA. Es una obligación legal respetar su vida privada.
La homosexualidad no es un delito, ni una infracción y una actividad ilícita, por lo cual, no hay nada que tolerar, ni nadie que deba “perdonarnos la vida” siendo tolerante con nosotros: Es obligatorio respetar la vida ajena, privada o pública, ya sea cualquiera la tendencia sexual.
Lo que no hay que tolerar, jamás, es que, por más buenas intenciones que se esgriman, se ponga nuestra sexualidad en el nivel de algo que merecer ser tolerado como una desviación de una normalidad ficticia, culturalmente forzada. No hemos cometido ningún crimen. Sí lo cometen quienes, con el aire políticamente correcto de los prepotentes morales, pretenden transformarnos en anormalidades a las que hay que “tolerar.”
Lo que no se debe tolerar jamás es la falta de respeto a nuestros derechos como humanos y ciudadanos, ni tolerar que se iguale nuestra elección de vida con una ilegalidad, un desvío a la naturaleza y demás peligrosas sandeces seudoreligiosas.
Yo no quiero que me toleren.
Exijo que Me Respeten.
